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Estos volúmenes de madera permitidos por los enormes recursos que generaron
los bosques que a diario sufrían el asalto constante de aserradores que se
desplazaban por los más diversos rincones de la región, estaban cubiertos
generalmente de una teja de arcilla curva que se realizaba en las fábricas
cercanas, o bien revestido de latón zincado ondulado que vendían las pujantes
casas comerciales.
A su vez las viviendas, presentaban diversos tamaños, alturas y formas, en su
interior los espacios más importantes como los salones se ubicaban adyacentes a
la calle, de modo de estar en contacto con la dinámica vida citadina, los
dormitorios en la parte posterior, o bien en un segundo nivel, delimitando el
espacio privado de la vivienda, al final de un pasillo que se ubicaba al centro de
la casa, unido con la huerta se establecía uno de los espacios más habitados de
las viviendas de la Araucanía: la cocina.
Una sucesión de cañones expulsando el humo se divisaba desde la calle, que
generaba su intensa actividad diaria, con las comidas, la preparación de jamones
tras la muerte de cerdos que tenían en su patio, mermeladas en el verano y la
rutina diaria de vivir al calor de las brasas que generaba las modernas y enlozadas
cocinas a leña.
En el exterior, desde la calle se apreciaba una fina manufactura de carpinteros y
ebanistas recreaba con el máximo de detalle alegorías patrias de los ancestros y
de la nueva que los había acogido, con escudos, estrellas en los balcones, puertas
y aleros.
Sin duda, esta aldea homogénea, de viviendas con similares características llena
de ricos detalles arquitectónicos fue la imagen de los pueblos de los inmigrantes,
como Contulmo con los alemanes, Purén y Victoria con los suizos, Traiguén con
el movimiento neoclásico y Temuco con su rol comercial, lleno de almacenes
como único punto de origen del constante movimiento de la “ Frontera ”
desarrollaron posteriormente.
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