Gobernanza ambiental

Transformaciones territoriales en Wallmapu/Araucanía

sus características físicas, sino que requiere abrirse al campo de la expresión simbólica y, para ello, es necesario reconocerlo desde el plano sensorial y perceptual. El paisaje entendido desde una dimensión más compleja per mite señalar que el ser humano está contenido en él y, durante su experiencia de habitar, construye un tipo particular de paisaje de acuerdo a sus expectativas y privilegios. Esta reflexión surge a partir de reconocer los enfoques tradicionalmente utilizados en el estudio del paisaje, en los cuales predominan concepciones antagónicas, vale decir, entendido como naturaleza/cultura, material/inmaterial o bien donde solo predominan elementos empíricos (Cassirer, 2014; Muir, 1998; Husserl, 1962; Popper, 1991). Estos planteamientos, si bien son adecuados, resultan demasiado neutros para comprender la incidencia del paisaje en las transformaciones que ocurren a ni vel territorial. Por tanto, se hace necesario transitar desde aquellas ideas que planteaban visiones más objetivas o cartesianas respecto al paisaje, hacia ámbitos subjetivos o simbólicos que se enmarcan en perspectivas fenomenológicas (Sauer, 1925; Lowenthal, 1961; Meinig 1979; Cosgrove y Daniels, 1988). El enfoque fenomenológico con el paso del tiempo se fue orientando hacia una comprensión del paisaje desde la vivencia, en la cual el ser humano forma parte de él y se constituye en un agente transformador del mismo a partir de sus prácticas cotidianas (Tuan, 1974; Ingold, 1993; Bhabha, 2002; Cassirer, 2014; Simmel, 2012). El paisaje entendido desde las anteriores perspectivas no es sufi ciente para comprender su complejidad, ya que deja de lado aquellas acciones que surgen de la experiencia que tiene el ser humano al momento de habitar y que permiten construir un tipo particular de paisaje, el cual se expresa a través de las transformaciones am bientales. Por ello surge la idea de plantear la noción de paisaje de poder , el cual se nutre de las anteriores posiciones, pero propone una perspectiva más crítica al reconocer que el vínculo que surge entre el paisaje y el poder se encuentra influenciado por la hegemo nía cultural (Gramsci, 1999) que imponen los grupos dominantes mediante diversos mecanismos, instituciones, costumbres y valores

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