La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

puede ser más libre que un hombre libre, si éste no se ha desembarazado de todos los vicios, las pasiones, las dependencias, etcétera, dentro de los cuales estaba atra­ pado.^* Por consiguiente, como no hay diferencia de estatus, puede decirse que todos los individuos son en general “capaces” : capaces de ejercitarse, capaces de ejercer esta práctica de sí. N o hay descalificación a priori de tal o cual individuo debido a su nacimiento o su estatus. Pero, por otro lado, si todos son capaces en principio de acceder a la práctica de sí, es un hecho absolutamente genera! que muy pocos son en concreto capaces de ocuparse de sí mismos. Falta de valor, fal­ ta de fiierza, falta de resistencia, incapaces de comprender la importancia de esta tarea, incapaces de llevarla a buen fin: ése es, en efecto, el destino de la mayoría. El principio de ocuparse de sí {obligación de epimeleisthai heautou) podrá repe­ tirse por doquier y a todos. La escucha, la inteligencia, la puesta en acción de es­ ta práctica serán, de todas maneras, débiles. Y justamente porque la escucha es débil y porque, de todos modos, muy pocos sabrán escuchar, a causa de eso mis­ mo, es preciso que el principio se reitere por doquier. Al respecto hay un texto de Epicteto que es muy interesante. Vuelve a mencionar el gnothi seauton (el pre­ cepto dèlfico) y dice: consideren qué pasa con este precepto dèlfico. Está inscrip­ to, fue marcado, grabado en la piedra en el centro del mundo civilizado (utiliza la palabra oikoumene). Está en el centro de la oikoumene, es decir: del mundo que lee y escribe, habla en griego, ese mundo cultivado que constituye la única comunidad humana válida. Fue escrito, entonces, y todo el mundo puede verlo en el centro de la oikoumene. Pero el ^ o t h i seauton, puesto por el dios en el cen­ tro geográfico de la comunidad humana válida, pues bien, es desconocido e in- comprendido. Y pasando de esa ley general, de ese principio general al ejemplo de Sócrates, dice: miren a Sócrates. ¿A cuántos jóvenes tuvo que interpelar en la calle para que, pese a todo, hubiera algunos que aceptaran escucharlo y ocuparse de sí mismos? Sócrates, dice Epicteto, ¿lograba persuadir a todos los que acudían a él de que cuidaran de sí mismos? N i siquiera a uno entre mil.^^ Pues bien, po- C f. los textos decisivos de Epicteto en las Pláticas (todo el capítulo I del libro IV y , en especial, el libro II, I, 22 a 28, que demuestra que no basca ser liberado ante el pretor para dejar de ser esclavo) y el M anua l (XIV ) , así como las Sentencias Varicanas 67 y 77 de Epicuro, sobre la li­ bertad del sabio. “ ¿ Y por que es Apolo? ¿Por qué transmite oráculos? ¿Por qué se instaló en un lugar que hizo de él el profeta y la fuente de la verdad y el sitio de encuentro de todos los habitantes del mundo civilizado [ek tes oikoumenes\} ¿Y por qué aparece en el templo la inscripción ‘Conócete a ti m ismo ’, cuando nadie comprende esas palabras? ¿Lograba Sócrates persuadir a todos los que acudían a él de que cuidaran de sí mismos? Ni siquiera a uno entre m il” (Epicteto, Entretiens, III, 1, 18-19, ob. cit-, p. 8).

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