La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)
consiguiente, puede gobernar. Primer lazo: lazo de finalidad. En segundo lugar, un lazo de reciprocidad. Porque si al ocuparme de mí, al practicar la catártica en el sentido neoplatónico, hago, como es m¡ deseo, el bien a la ciudad que go bierno - s i , por consiguiente, al ocuparme de mí m ismo aseguro a mis conciu dadanos su salvación, su prosperidad, la victoria de la ciudad—, a cambio, esa prosperidad de todos, esa salvación de la ciudad, esa victoria que le aseguro, pues bien, las aprovecharé en la medida en que formo parte de la comunidad misma de la ciudad. En la salvación de ésta, la inquietud de sí encuentra, por lo tanto, su recompensa y su garantía. Nos salvamos a nosotros m ismos en la me dida en que la ciudad se salva y en la medida en que hemos permitido que se salvara al ocuparnos de nosotros mismos. Circularidad que, naturalmente, en contrarán desplegada a lo largo de todo el edificio de la República. Tercero y últi mo, tercer lazo, luego de la finalidad y, por así decirlo, de la reciprocidad: lo que podríamos llamar un lazo de implicación esencial. Puesto que al ocuparse de sí misma, al practicar la “catártica de sí” (expresión no platónica sino neoplatóni ca), el alma descubre a la vez qué es y qué sabe, o mejor: lo que siempre supo. Y descubre a la vez su ser y su saber. Descubre qué es y lo que contempló en la forma de la memoria. Así, en ese acto de memoria, puede remontarse hasta la contemplación de las verdades que permiten volver a fiindar, con toda justicia, el orden de la ciudad. Podrán ver entonces que en Platón hay tres maneras de li gar, de adosar sólidamente lo que los neoplatónicos denominarán catártica y polí tica: lazo de finalidad en la tekhne política (debo ocuparme de m í m ismo para saber, para conocer como corresponde la tekhne política que me permitirá ocu parme de los otros); lazo de reciprocidad en la forma de la ciudad, porque al salvarme salvo a la ciudad, y al salvarla me salvo; tercero y último, lazo de im plicación en la forma de la reminiscencia. Así se plantea, muy groseramente tal vez, el lazo entre inquietud de sí e inquietud por los otros, tal como se establece en Platón, y de una forma tal que su disociación es muy difícil. Ahora bien, si en este momento nos situamos en la época que tomé como referencia, esto es, en los siglos 1 y II, esta disociación ya se ha producido en gran medida. Probablemente uno de los fenómenos más importantes en la his toria de la práctica de sí, y acaso en la historia de la cultura antigua, sea ver al yo - y por consiguiente las técnicas del yo y, por lo tanto, toda esa práctica de sí m ismo que Platón designaba como inquietud de s í - revelarse poco a poco co mo un fin que se basta a sí mismo, sin que la inquietud por los otros constituya el fin último y el índice que permite valorizar la inquietud de sí. En primer lu gar, el yo por el que nos preocupamos ya no es un elemento entre otros o, si aparece como un elemento entre otros -com o verán enseguida-, es a raíz de un
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