La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

a una coacción que nos amenaza y recuperar nuestros derechos, nuestra hbertad, nuestra independencia. “ Salvarse” significará mantenerse en un estado continuo que nada podrá alterar, cualesquiera sean los sucesos que se produzcan a nuestro alrededor, así como un vino se conserva, se salva. Y por último, “salvarse” querrá decir: tener acceso a bienes que no se poseía en un inicio, gozar de una especie de beneficio que uno se hace a sí mismo, cuyo operador es uno mismo. “ Salvarse” querrá decir: asegurar la propia felicidad, tranquilidad, serenidad, etcétera. Pero como podrán ver, si “salvarse” tiene entonces estas significaciones positivas y no remite a la dramaticidad de un acontecimiento que nos hace pasar de lo negativo a lo positivo, por otro lado, el término salvación no remite a otra cosa que la vida misma. En esta noción de salvación que encontramos en los textos helenísticos y romanos, no descubrimos referencias a algo como la muerte, la inmortalidad o el otro mundo. No nos salvamos por referencia a un acontecimiento dramático u otro operador. Salvarse es una actividad que se desarrolla a lo largo de toda la vida, cuyo único operador es el sujeto mismo. Y si en definitiva esta actividad de “salvarse” lleva en sustancia a un efecto terminal determinado que es su m e­ ta, su fin, ese efecto consiste en que, gracias a la salvación, nos hacemos inacce­ sibles a las desdichas, a los trastornos, a todo lo que pueden inducir en el alma los accidentes, los acontecimientos exteriores, etcétera. Y a partir del momento en que se ha alcanzado lo que era el término, el objeto de la salvación, ya no se necesita nada ni a nadie. Los dos grandes temas de la ataraxia (la ausencia de trastornos, el autodom inio que hace que nada nos perturbe) y, por otra parte, la autarquía (la autosuficiencia que hace que no necesitemos nada al margen de nosotros m ismos), son las dos formas en las cuales encuentran su recompensa la salvación, los actos de salvación, la actividad de salvación que realizamos du ­ rante toda la vida. La salvación, por lo tanto, es una actividad, una actividad permanente del sujeto sobre sí m ismo que tiene su recompensa en cierta rela­ ción del sujeto consigo, cuando se vuelve inaccesible a las perturbaciones exte­ riores y encuentra en sí una satisfacción que no necesita de otra cosa que de sí mismo. Digamos, en una palabra, que la salvación es la forma a la vez vigilante, continua y consumada de la relación consigo que se cierra sobre sí mismo. Uno se salva para sí, se salva por sí, se salva para no llegar a otra cosa que a sí mismo. En esa salvación -q u e llamaré helenística y rom ana-, esa salvación de la filoso­ fía helenística y romana, el yo es el agente, el objeto, el instrumento y la finali­ dad de la salvación. Com o ven, estamos muy lejos de la salvación mediatizada por la ciudad que encontrábamos en Platón. También estamos muy lejos de esa salvación con forma religiosa, referida a un sistema binario, a una dramaticidad del acontecer, a una relación con el Otro, y que implicará en el cristianismo una

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