La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

de sí mismo debe pensar, en esa inquietud de sí mismo, en lo que constituye su tarea de zapatero, el emperador, de igual manera, porque tiene esa misma in­ quietud, conocerá y cumplirá sus tareas, tareas que sólo deben cumplirse de una manera imperativa en la medida en que forman parte del objetivo general que es: él mismo para sí mismo. Libro VIH: “Con los ojos fijos en tu faena, obsérvala bien y, recordando que hay que ser un hombre honesto y lo que reclama la natu­ raleza [del hombre], hazla sin mirar atrás” . E s t e texto es importante. Pueden ver sus elementos. Primero; tener los ojos fijos en la fiiena. El Imperio, la sobera­ nía, no es un privilegio. No es la consecuencia de un estatus. Es una tarea, un trabajo como los demás. Segundo: hay que observar bien esa faena, pero - y aquí damos con lo que puede haber de particular, de singular en esta tarea—es singu­ lar porque resulta que, en el conjunto de los trabajos, profesiones, oficios, etcéte­ ra, que pueden ejercerse, el Imperio sólo puede ser ejercido por uno, y uno solo. Por lo tanto, hay que observarlo, pero como se observaría cualquier labor con sus rasgos particulares. Y por último, esta observación de la tarea debe ajustarse, orientarse por algo [que] uno recuerda siempre. ¿De qué se acuerda uno siem­ pre? ¿Que hay que ser un buen emperador? No. ¿Que debe salvar a la humani­ dad? No. ¿Que se debe al bien público? No. Siempre hay que recordar que es preciso ser un hombre honesto y acordarse de lo que reclama la naturaleza. La honestidad moral, honestidad moral que, en el caso dcl emperador, no se define por la tarea específica o los privilegios que le son propios sino por la naturaleza -u n a naturaleza humana que comparte con todos-: eso debe constituir el fun­ damento mismo de su conducta de emperador, y por consiguiente definir de qué manera se preocupa por ios otros. Y tiene que hacerlo sin mirar atrás; es de­ cir que reencontramos una imagen a la cual volveremos a menudo, a saber: que es moralmente bueno el hombre que se ha fijado de una vez por todas un objetivo determinado en su vida, del cual no debe desviarse de ningún modo: sin mirar a diestra y siniestra, sin observar el comportamiento de los hombres, las ciencias inútiles, todo un saber del mundo que carece de importancia para él; tampoco debe mirar atrás para encontrar detrás de sí los fundamentos de su acción. El fundamento de su acción es su objetivo. ¿Y cuál es su objetivo? Él mismo. En consecuencia, el emperador va a hacer no sólo su propio bien sino el bien de los otros, en la inquietud de sí, en esa relación de sí consigo como esfuerzo orientado hacia sí mismo. Al preocuparse por sí mismo se preocupará forzosamente [por los otros]. Bien. Hasta aquí llegamos. La vez que viene, entonces, hablaremos del problema: conversión de sí y autoconocimiento.

Marco Aurelio, Pernees, Vlll, 5, ob. cic., p. 84.

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