La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)
Dicho esto acerca de la emergencia filosóficamente primera pero a la vez la continuidad técnica de todo ello, querría volver al texto m ismo del Alcibíades y en especial al pasaje (127e) en el cual se dice: hay que preocuparse por sí mis mo. Hay que preocuparse por sí m ismo, pero . . . Y ésa es la razón por la cual in sisto en este texto; ni bien Sócrates dice “ hay que preocuparse por sí m ismo” , lo embarga una duda. Se detiene un instante y prosigue: está muy bien ocuparse de sí mismo, pero se corre el serio riesgo de engañarse. Se corre el gran riesgo de no saber muy bien qué hay que hacer cuando uno quiere ocuparse de sí mismo y, en vez de obedecer [a] ciegas ese principio: “preocupémonos por nosotros mismos” , de todos modos es preciso preguntar: ti esti to hautou epimeleisthai (¿qué es ocuparse de sí m i sm o ? ) .D e s p u é s de todo, sabemos muy bien, o más o me nos, en qué consiste ocuparnos de nuestros zapatos. Hay un arte para eso: el del zapatero. Y el zapatero sabe perfectamente ocuparse de ellos. También sabemos perfectamente qué significa ocuparnos de nuestros pies. El médico (o el gimna- siarca) nos da consejos al respecto, y es el especialista en la materia. Pero “ocu parse de sí m ismo” , ¿quién sabe exactamente qué es? Y el texto va a dividirse con toda naturalidad en dos partes, a partir de dos cuestiones. En primer lugar, en el imperativo “ hay que ocuparse de sí mismo” , ¿qué es esa cosa, qué es ese objeto del que hay que ocuparse, qué es ese sí mismo? Y en segundo lugar, en la “ inquietud de sí” hay inquietud. ¿Qué forma debe tener ésta, en qué debe con sistir, visto que la apuesta del diálogo es la siguiente: si debo preocuparme por m í mismo, es para llegar a ser capaz de gobernar a los otros y regir la ciudad? Es preciso, por lo tanto, que la inquietud de sí sea tal que, al m ismo tiempo, revele el arte (la tekhne, el savoir faire) que me permitirá gobernar bien a los otros. En suma, en la sucesión de ambas cuestiones (¿que es el sí mismo, qué es la inquie tud?) se trata de responder un único interrogante: hay que dar de sí mismo y de la inquietud de sí una definición tal que de ella pueda derivarse el saber necesa rio para gobernar a los demás. Eso es, entonces, lo que está en juego en esta se gunda mitad, esta segunda parte del diálogo que comienza en 127e. Y es esto lo que querría examinar ahora punto por punto. Ante todo, la primera pregunta: ¿qué es ese sí mismo del que hay que ocuparse? Y en segundo lugar: ¿en qué debe consistir esa ocupación, esa inquietud, esa epimeleia'í Primera cuestión: ¿qué es el sí mismo? Pues bien, creo que hay que señalar enseguida la manera en que se plantea la cuestión. Lo cual es interesante, porque aquí vemos - a propósito de esta pregunta: “ ¿qué es el sí mismo?”- reaparecer
Foucault se refiere aquí a todo un desarrollo que va desde 127e hasta 129a (Platón, Alcibiade, en ob. cit., pp. 99-102).
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