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como para mí, 51 siendo que la mayor parte de los encuentros los realizamos por
video llamadas, en donde se conversaba sobre el trabajo de puesta en valor de la
casa, sobre el requerimiento institucional del posible valor literario que podía
portar la casa, sobre la necesidad de indagar en la vida y contexto de Lautaro y
la casa en aquella época, sobre aspectos familiares o de la historia de Jorge
Teillier, etc., se hablaba sobre el valor representativo de la casa que era necesario
sistematizarlo con sentido y coherencia histórica en un expediente.
Encuentros que en un principio fueron dificultosos y poco constantes, debido a
la adaptación a esta experiencia nueva de trabajo institucional y quehacer
antropológico, sin embargo, a medida que avanzaba el tiempo cada vez se hacían
más fortuitos, comunicativos y continuos, llegando a que a fin de cuentas nos
reuníamos una vez por semana, en especial con Cristina Ciudad, la arquitecta
encargada del expediente y de mi labor como estudiante en práctica profesional,
con quien comentábamos los avances y hallazgos, quien me motivaba a trabajar,
daba indicaciones y requerimientos, donde las principales perspectivas de trabajo
se basaron en el aporte del enfoque simbólico de la antropología y en la capacidad
de indagar en la vida social, por medio de la acción metodológica cualitativa de
las entrevistas cara a cara, siendo que, para mí, ambas demandas de acciones
profesionales disciplinarias propusieron un reto.
Por un lado, en cuanto al posible valor literario de la casa en la poesía de Jorge
Teillier, no fue fácil acercarse al valor de la casa como representativa de otra
cosa, ni de la literatura, ni de cualquier significado posible, fue todo un desafío
el poder plantearse la casa como el objeto de estudio (o unidad de análisis), ya
que, en un principio para mí era todo muy nuevo, la poesía, Jorge Teillier, el
patrimonio, la puesta en valor, o lo que podía significar un bien material
inmueble, solo podía visualizar que Jorge fue y es un personaje destacado de la
51 En algunos momentos era extraño e irreal sentirse parte de un equipo del CMN, con quienes nos comunicábamos y conocimos por las plataformas virtuales Zoom, Google Meet, WhatsApp y por llamadas telefónicas, sin haber nunca pisado un edificio ubicado en una calle de Temuco llamada O’Higgins o escuchar los últimos pasos de mis colegas al salir del edificio.
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