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vida social, desde los lugares de aprovisionamiento, asentamiento, cementerios, depositación de
desechos, rutas de movilidad, etc.
Podríamos considerar que desde los primeros habitantes que ocupan el territorio americano
ya se evidencia una transformación del espacio natural y desarrollo de espacios sociales, en que
no existe una división tajante de ambos, ya que se convierten en paisajes culturales llenos de
simbolismos que se encuentran relacionados uno al otro, conformando el concepto de paisaje con
sus diferentes dimensiones. Si logramos conocer, identificar, aislar y reconstruir los elementos que
componen estos paisajes, estaremos acercándonos al conocimiento de los procesos históricos que
resultaron en el paisaje que ahora estudiamos.
A partir de la evidencia arqueológica y etnohistórica, observamos que la artificialización
del espacio por las sociedades que habitaron estos territorios se viene produciendo más
evidentemente desde momentos en que los grupos comienzan a adoptar un modo de vida semi
sedentario, en que las propias estrategias adoptadas marcan arqueológicamente la ocupación de
determinados espacios de forma más evidente. Esto se ve reflejado en las áreas diferenciadas para
la práctica y desenvolvimiento social, cultural y económico, es decir, espacios diferenciados
destinados al asentamiento, prácticas funerarias, recolección de productos, espacios sociales de
intercambio y tantas otras formas de territorialidad que modifican el paisaje. Ejemplo de esto, son
las practicas realizadas por las sociedades Alfareras mediante el proceso de tala y roce (Dillehay,
1986), en la cual grandes extensiones de suelo boscoso eran taladas y quemadas con el objetivo de
liberar y preparar los terrenos para nuevas actividades como el desarrollo de la horticultura y la
agricultura.
En general esta área geográfica aporta al desarrollo de estrategias económicas y de
subsistencia a las sociedades pasadas en cuanto tiene grandes beneficios naturales como agua, el
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