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la competitividad e impulsar el crecimiento de la economía, por una parte, y la
oferta de trabajo proveniente de las economías menos desarrolladas o que se
encuentran en condiciones de mayor pobreza, por la otra, parecieran ser dos
partes de una ecuación que debería resolverse sin mayor conflicto. Sin
embargo, las progresivas restricciones al ingreso de inmigrantes (Pizarro,
n.d.), la discriminación en las sociedades de llegada y las dificultades que
enfrentan para ejercer sus derechos son elementos que obstaculizan el
desarrollo de esta relación en condiciones de mayor fluidez.
Un segundo tema relevante, que se ha analizado siempre desde una
perspectiva estructural, se refiere a la forma en que las crecientes
desigualdades y asimetrías de la economía mundial conducen a la provisión
permanente de mano de obra dispuesta a trabajar por un salario mínimo y de
manera más precaria (Sassen , 2003). Además, la misma autora Sassen, hace
hincapié en la idea que los movimientos migratorios se ajustan a los requisitos
de la nueva economía global que, entre otras cosas, demanda trabajo flexible
para extraer su fuerza productiva sin que ello implique asegurar la dignidad en
la reproducción de los trabajadores.
En el año 2003, en el informe de migración internacional de Adela Pellegrino,
expresa la interpretación negativa de los altos costos sociales y económicos
que significa la fuga de cerebros (brain drain) para los países emisores ha
dado paso a una visión más positiva, según la cual los inmigrantes pueden
convertirse en una especie de puente para el traspaso de tecnología desde el
mundo desarrollado hacia las economías menos desarrollada (Pellegrino,
2003). Aunque igualmente subsisten evidencias de las pérdidas que supone
el éxodo de intelectuales y existe preocupación ante el reclutamiento de
personas calificadas de países del tercer mundo por parte de las grandes
empresas del mundo desarrollado (GCIM, 2005).
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