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de los derechos y libertades en cada país.

Otra extensión al IDH es el índice de Pobreza Humana (IPH), el cual fue

introducido en 1997 para medir específicamente la pobreza. En el IPH, la

longevidad se representa por el porcentaje de personas que no sobrevivirá

hasta los 40 años, y la falta de conocimientos se mide como el porcentaje de

adultos analfabetos. El indicador de nivel de vida es el promedio simple entre

el porcentaje de personas sin acceso al agua potable, el porcentaje sin acceso

a servicios de salud y el porcentaje de niños menores de cinco años con peso

insuficiente. Dado el sesgo de este índice hacia los países en desarrollo, en

1998 se le dio el nombre de IPH-1 y se creó además un IPH-2, aplicado a los

países industrializados. Entre otras características, el IPH-2 toma en cuenta la

exclusión, medida por la tasa de desempleo y utiliza el porcentaje de personas

que viven bajo la línea de pobreza (relativa) como indicador del nivel de vida.

En resumen, el IDH cuenta entre sus ventajas el ser fácil de calcular,

comunicar y extender para tomar en cuenta inequidades de diversos tipos. No

sólo supera algunas falencias de otros indicadores de su tipo, sino que ha

logrado generar gran atención por parte de la literatura económica.

Lamentablemente, sus limitaciones han evitado que se convierta en una

herramienta utilizada de manera extensiva. Prueba de ello es que el IDH no

ha logrado reemplazar al PIB per cápita.

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