La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)
social, por la cultura, había elementos de constitución de un grupo de religiosi dad más o menos intensa, como, por ejemplo, entre los pitagóricos. Sea como fuere, habíamos llegado a lo siguiente: que la relación consigo aparece en lo su cesivo como el objetivo de la práctica de sí. Ese objetivo es la meta final de la vida, pero al mismo tiempo una forma poco habitual de existencia. Meta final de la vida para todos los hombres, forma poco habitual de existencia para algu nos, y sólo para algunos: aquí tenemos, por decirlo de algún modo, la forma vacía de esa gran categoría transhistórica que es la de la salvación. Com o ven, esta forma vacía de la salvación aparece dentro de la cultura antigua, sin duda como eco, en correlación, en una ligazón que habrá que definir un poco mejor, desde luego, con los movimientos religiosos; pero también hay que decir que en cierta medida aparece por sí misma, para sí misma, que no es simplemente un fenómeno o un aspecto del pensamiento o la experiencia religiosa. Ahora hay que ver qué contenido van a dar la cultura, la filosofía, el pensamiento an tiguos a esa forma vacía de la salvación. Pero antes de llegar ahí, querría plantear un problema previo que es la cues tión del Otro, la cuestión del prójimo, la cuestión de la relación con el otro, el otro como mediador entre esta forma de salvación y el contenido que será ne cesario darle. Ese es el tema en que me gustaría detenerme hoy: ei problema del otro como mediador indispensable entre esa forma que traté de analizar la vez pasada y el contenido que querría analizar la vez que viene. El prójimo, el otro, es indispensable en la práctica de sí, para que la forma que define esta práctica alcance efectivamente y se llene efectivamente de su objeto, es decir, el yo. Para que la práctica de sí llegue a ese yo al que apunta, es indispensable el otro. Ésa es la fórmula general, y lo que ahora tenemos que analizar un poco. Tomemos, como punto de referencia, la situación tal como puede aparecer en términos generales, sea en el Alcibíades, sea en todo caso de una manera global en los diá logos socrático platónicos. A través de los diferentes personajes -valorados posi tiva o negativamente, no importa- que aparecen en ese tipo de diálogo, se pue den reconocer con facilidad tres tipos de magisterio, tres tipos de relación con el prójimo como indispensables para la formación del joven. Primero, el magis terio del ejemplo. El otro es un modelo de comportam iento, un modelo de comportamiento transmitido y propuesto al más joven e indispensable para su formación. Este ejemplo puede ser transmitido por la tradición: son los héroes, los grandes hombres que aprendemos a conocer por medio de los relatos, las epopeyas, etcétera. El magisterio del ejemplo también está asegurado por la pre sencia de los grandes mayores prestigiosos, de los ancianos gloriosos de la ciudad. Asim ismo, este magisterio del ejemplo está garantizado, de manera más íntima.
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