La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)
A título de ejemplo, querría tomar un breve pasaje de Séneca al comienzo de la carta 52 a Lucilio. Al principio de esta carta, aquél evoca rápidamente la agitación del pensamiento, la irresolución en la cual nos encontramos con toda naturalidad. Y dice lo siguiente: esa agitación del pensamiento, esa irresolución, es en suma lo que llamamos stu ltitia? La stultitia, que es algo que no se fija ni se complace en nada. Ahora bien, agrega, nadie tiene una buena salud suficien te {satis valet) para salir por sí mismo de ese estado (salir: emergere). Es preciso que alguien le tienda la mano y lo saque: oportet aliquis educat.^ Pues bien, me gustaría retener dos elementos de ese breve pasaje. En primer lugar, podrán ver que de lo que se trata en esta necesidad del maestro o la ayuda, es de buena o mala salud, y por lo tanto, en efecto, de corrección, rectificación, reformación. Ese estado patológico, ese estado mórbido del que es preciso salir, ¿qué es? Se la que reproduce Foucault. Antes bien, aquél pretende establecer la universalidad de las disposi ciones naturales a la virtud. Esta universalidad se establece por comparación con las “otras ar ces” {alias tekhnas): en ellas, el error sólo se reprocha al especialista, en tanto que la perfección moral no se exige únicamente al filósofo sino a codos: “Ahora, en el cuidado de los enfermos, a nadie se demanda no equivocarse como no sea al médico, y en la interpretación de la lira no se le exige a nadie salvo al músico, y a nadie tampoco en el manejo del timón, con excepción dcl piloto: pero en el arte de vivir [en de to bio\ ya no se exige que no cometa errores sólo .il filóso fo, pese a que parece el único encargado de cuidar la virtud [epimeleisthai aretes], sino a todos por igual” {Deux prédicateurs dans l'Antiquité. Télh et Musonius, compilación y traducción de A.-J. Festugiére, París, Vrin, 1978, p. 54). Musonio, entonces, no apela tanto a la necesidad de un maestro de la virtud y toma, en cambio, como ejemplo, a fin de establecer el carácter natural de la inclinación a esta, la pretensión de poder prescindir de él: “ Puesto que, en definitiva, ¿por qué, en nombre de los dioses, cuando se trata de letras, de música o del arte de la lucha, nadie, si no ha aprendido [me mathon], dice que sabe ni pretende poseer esas artes [ekhein tas tekhnas] si no puede nombrar un maestro [didaskalon] en la escuela de quien las haya aprendido, pero cuando es cuestión de la virtud cualquiera hace profesión de poseerla?” (ibíd., p. 55). Hay que señalar, por último, que en Epicteto vuelve a encontrarse este tema del carácter innato de las nociones morales, mientras que las competencias técnicas son adquiridas (cf., por ejemplo. P lá ticas, II, I I , 1-6). Séneca, Lettres á Lucilius, tumo II, libro V, carta 52, ob. cit., pp. 41-46. “ ¿Cómo designar, Lucilio, ese móvil que, si nos inclinamos en un sencido, nos arrastra hacia el otro y nos empu ja del lado del que deseamos huir? ¿Cuál esc antagonismo de nuestra alma, que siempre nos impide querer algo de una buena vez? Fluctuamos entre resoluciones diversas; no queremos una voluntad libre, absoluta [ahsolute], detenida para siempre. ‘Es, respondes, la sin razón [stultitia], para la que nada hay de constante y a la cual nada satisface mucho tiempo.’ Pero, ¿cómo, cuándo nos libraremos de su influjo? Nadie tiene por sí mismo la fuerza de emer ger de las olas [nemo per se satis valet ut emergat]. Es preciso que alguien le tienda la mano [oportet mamim aliquis pomgat], alguien que lo arrastre hacia la orilla [aliquis educat]" (ibíd., carta 52, 1-2, pp. 41-42).
Made with FlippingBook flipbook maker