La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

Pisón y que escribió un texto del cual, desdichadamente, sólo conocemos frag­ mentos y que se llama Parrhesia, noción a la cual volveremos enseguida): Filodemo muestra con claridad que, en la escuela epicúrea, era completamente necesario que cada uno tuviera un hegemon, un guía, un director que se encargara de su dirección individual. En segundo lugar, siempre según ese texto de Filodemo, esta dirección individual se organizaba en torno de o debía obedecer a dos principios. No podía hacerse sin que hubiese entre ambos interlocutores, el d i­ rector y el dirigido, una relación afectiva intensa, una relación de amistad. Y la dirección implicaba cierta calidad, en rigor, cierta “manera de decir” ; yo diría que cierta “ética de la palabra” , que intentaré analizar en la próxima hora y que se llama, justamente, parrhesia}^ La parrhesia es la apertura del corazón, la ne­ cesidad de que ambos interlocutores no se oculten nada de lo que piensan y ha­ blen francamente. Noción , una vez más, que es preciso elaborar, pero que in­ d u d ab lem en te fue p ara los ep icú reo s , ju n to con la am is ta d , un a de las condiciones, uno de los principios éticos fiindamentales de la dirección. Otra cosa, de la que podemos estar igualmente seguros de acuerdo con un texto de Séneca. En la misma carta 52 que comentaba hace un rato, el pasaje que sigue inmediatamente al que yo trataba de analizar se refiere a los epicúreos. Y dice que para éstos había, en el fondo, dos categorías de individuos: aquellos a quie­ nes basta guiar porque apenas tropiezan con obstáculos internos a la guía que se les propone y aquellos a los que hay que tirar por la fuerza, sacar del estado en que se encuentran, a causa de cierta malignidad de su naturaleza. Y Séneca agrega (cosa interesante) que, para los epicúreos, entre esas dos categorías de discípulos, de dirigidos, no había una diferencia de valor, no había una diferen­ cia de calidad -un o s , en el fondo, no eran mejores que los otros y no ocupaban un rango más elevado que ellos—sino algo que era en esencia una diferencia de técnica: no se podía dirigir a unos como a los otros, habida cuenta de que, una vez terminada la labor de dirección, la virtud que les correspondiera sería del m ismo tipo o, en todo caso, del mismo nivel.^'^ Herculano, en la villa hoy llamada "de los papiros” , propiedad de Lucio Pisón, cuya biblioteca guardaba numerosos e importantes textos epicúreos (cf. ibíd., capítulo !l). Sobre la necesidad de un guía (llamado más bien kathegetes), el principio de la amistad y el ha­ blar claro entre director y dirigido, c í los análisis de Foucault del P eriparrhesias de Filodemo, en la ciase dei 10 de marzo, primera hora. “Algunos, dice Epicuro, llegaron a la verdad sin la ayuda de nadie; hicieron por sí .solos su cami­ no. A éstos los honra por encima de codos, pues el impulso proviene de sí mismos y se hicieron por sus propios medios. Algunos, dice, necesican ayuda: no avanzarán si nadie camina delante de ellos, pero sabrán seguir" (Séneca, Lettres à Lucilius, romo II, libro V, carta 52, 3, ob, cit., p. 42).

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