La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

y supo incorporar [...] ios placeres propios [...] del discurso retórico a la práctica filosófica? Esto significa, por lo canto, borrar esa famosa división entre retórico y filósofo, que era uno de los rasgos más característicos de la profesionalización del filósofo. Y tercero y último, al no maltratar, al recibir generosa y liberal- mente y sin reproches a todos los que acuden a verlo, Éufrates no cumple ese papel un poco agresivo que era el de Epicteto, que era a fortiori el de los cínicos, y cuya función, en cierta manera, consistía en desequilibrar, en trastornar al in­ dividuo en su modo de existencia y obligarlo, a tirones y empujones, a adoptar otro modo de vida. Finalmente y sobre todo, al decir que hacer justicia y admi­ nistrar las cosas de la ciudad era hacer filosofía, podrán ver con claridad que también en este caso lo que se pone entre paréntesis es la borradura de la vida fi­ losófica en lo que podía tener de singular, es la retirada de la filosofía con respec­ to a la vida política. Éufrates es justamente quien no separa la práctica filosófica y la vida política. Por lo tanto, en ese texto célebre de Plinio acerca de Éufrates, la valorización de la filosofía no remite, a mi juicio, a una especie de homenaje que aquél hace así a su viejo maestro de juventud, en el que muestra la fascina­ ción que él, como cualquier joven noble romano, sentía por un filósofo presti­ gioso en Medio Oriente. N o es eso. Este elogio debe considerarse en todos sus elementos, con todas sus anotaciones. Se trata de una valorización que, en cierto modo, se hace repatriando la filosofía a una manera de ser, un modo de con­ ducta, un conjunto de valores y también de técnicas que no son los de la filosofía tradicional sino los de todo un conjunto cultural en el que figuran los viejos va­ lores de la liberalidad romana, las prácticas de la retórica, las responsabilidades políticas, etcétera. Plinio, en el fondo, sólo hace el elogio de Éufrates al despro­ fesionalizarlo en comparación con el retrato tradicional del filósofo exclusiva­ mente dedicado a la filosofía. Lo hace aparecer como una especie de gran señor de la sabiduría socializada. Creo que este texto, por decirlo de algún modo, abre una pista que no tengo absolutamente ninguna intención de seguir en detalle, pero me parece que [aquí se trata] de uno de los rasgos más característicos de la época que nos ocupa, los siglos 1y IL que al margen mismo de las instituciones, de los grupos, de los indi­ viduos que, en nombre de la filosofía, reclamaban el magisterio de la práctica de sí, pues bien, esa práctica de sí se convirtió en una práctica social. Comenzó a desarrollarse entre individuos que propiamente hablando no eran gente del oficio. Hubo toda una tendencia a ejercer, difundir, desarrollar la práctica de sí al mar­ gen de la institución filosófica, al margen, incluso, de la profesión filosófica, y a hacer de ella un modo determinado de relación entre los individuos, erigiéndola en una especie de principio de control del individuo por los otros, de formación.

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