La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

de esa época helenística y romana se asiste a un verdadero desarrollo de la “cu l­ tura” de sí. En fin, utilizo la palabra cultura en un sentido que, de lodos m o­ dos, no querría que fuera demasiado fluctuante, y diré lo siguiente: me parece que se puede hablar de cultura con una cierta cantidad de condiciones. En pri­ mer lugar, cuando tenemos un conjunto de valores que tienen entre sí un m íni­ mo de coordinación, subordinación y jerarquía. Se puede hablar de cultura cuando se cumple una segunda condición, que 5ería que esos valores se dieran como universales pero, a la vez, sólo accesibles para algunos. Tercera condición para que pueda hablarse de cultura: para que los individuos puedan alcanzar esos valores, se requiere una serie de conductas precisas y reguladas. Y más to­ davía: esfuerzos y sacrificios. En fin, hay que poder consagrar la vida entera a esos valores para poder tener acceso a ellos. Por último, cuarta condición para que pueda hablarse de cultura: que el acceso a esos valores esté condicionado por procedimientos y técnicas más o menos regulados, que hayan sido elabora­ dos, convalidados, transmitidos, enseñados, y que también se asocien a todo un conjunto de nociones, conceptos, teorías, etcétera: a todo un campo de saber. Bien. Me parece que si llamamos cultura, por lo tanto, a una organización je­ rárquica de valores, accesible a todos pero al m ismo tiempo oportunidad de plantear un mecanismo de selección y exclusión; si llamamos cultura al hecho de que esta organización jerárquica de valores exija en el individuo conductas reguladas, costosas, sacrificiales, que polaricen toda la vida; y, para terminar, que esta organización del campo de valores y el acceso a ellos sólo puedan darse a través de las técnicas reguladas, meditadas, y un conjunto de elementos cons­ tituyentes de un saber: en esa medida, podemos decir que en la época helenística y romana hubo verdaderamente una cultura de sí. El yo, me parece, organizó o reorganizó efectivamente el campo de los valores tradicionales del mundo hele­ nístico clásico. El yo, como recordarán -tra te de explicarles la vez pasada- , se presenta como un valor universal, pero que de hecho sólo es accesible a algu­ nos. Ese yo no puede alcanzarse concretamente como valor salvo que existan cierta cantidad de conductas reguladas, exigentes y sacrificiales; volveremos a ello. Y por último, este acceso al yo está asociado a una serie de técnicas, de prácticas relativamente bien con stitu idas , relativamente bien m ed itadas, y de todas maneras asociadas a un dom inio teórico, a un conjunto de conceptos y nociones que lo integran realmente a un modo de saber. Bien, todo esto nos permite decir, creo, que a partir del periodo helenístico se desarrolló una cultura de sí. Y me parece que es casi imposible hacer la historia de la subjetividad, la historia de las relaciones entre el sujeto y la verdad, sin inscribirla en el marco de esta cultura de sí, que conocerá a continuación en el cristianismo -e l cristianismo

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