La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

primitivo Y luego el medieval- y, más tarde, en el Renacimiento y en el siglo XVII toda una serie de avatares y transformaciones. Pues bien, ahora, esa cultura de sí. Hasta aquí traté de mostrarles cómo se formaba esa práctica de sí. Ahora querría retomar la cuestión en términos más generales y examinar el significado de esta cultura de sí como campo de valores organizado, con sus exigencias de comportam ientos y su campo técnico y teóri­ co asociado. Primera cuestión de la que querría hablarles, porque creo que es un elemento muy importante en esa cultura de sí: la noción de salvación. Sal­ vación de sj m ismo y salvación de los otros. El término salvación [salut] es un término completamente tradicional. En efecto, lo encontramos en Platón, y precisamente asociado al problema de la inquietud de sí y la inquietud por los otros. Hay que salvarse, salvarse para salvar a los otros. Esta noción de salvación no parece tener, al menos en Platón, un sentido técnico muy particular e inten­ so. En cambio, cuando volvemos a encontrarla en ios siglos I y II, advertimos no sólo que su extensión, su campo de aplicación son infinitamente más gran­ des sino que ha asum ido un valor y una estructura muy particulares. Querría hablarles un poco de esto. Si tomamos la noción de salvación de manera retros­ pectiva -e s decir, por medio de nuestras grillas o esquemas más o menos consti­ tuidos a través del cristianismo-, resulta claro que asociamos la idea a una can­ tidad de elementos que nos parecen incluso constitutivos de esa noción. En primer lugar, para nosotros la salvación se inscribe, por lo común, en un sistema binario. Se sitúa entre la vida y la muerte, la mortalidad y la inmortalidad o es­ te mundo y el otro. La salvación nos pasa: de la muerte a la vida, de la mortali­ dad a la inmortalidad, de este mundo al otro. E incluso nos pasa del mal al bien, de un mundo de impureza a un mundo de pureza, etcétera. En conse­ cuencia, está siempre en el límite y es un operador de pasaje. En segundo lugar, para nosotros la salvación siempre está ligada a la dramaticidad de un aconteci­ miento, acontecimiento que puede situarse en la trama temporal de los aconte­ cimientos del mundo o en otra temporalidad, que será la de D ios, la eternidad, etcétera. En todo caso, lo que se pone en juego en la salvación son esos aconte­ cimientos —una vez más, históricos o metahistóricos—: la transgresión, el peca­ do, el pecado original, la caída hacen necesaria la salvación. Y al contrario, la conversión, el arrepentimiento, o bien la Encarnación de Cristo, etcétera —otra vez, acontecim ientos individuales, históricos, o acontecim ientos metahistóri- co s- , van a organizaría y hacerla posible. La salvación, por lo tanto, está ligada a ia dramaticidad de un acontecimiento. Por último, me parece que, cuando hablamos de la salvación, pensamos siempre en una operación compleja por medio de la cual el m ismo sujeto que se salva es, desde luego, el agente y opera-

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