La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

Es un ejemplo muy concreto: la historia de un padre de familia que tiene dificul­ tades porque su hija está enferma. Ésta enfermó de gravedad, por io que e! padre puso pies en polvorosa y abandonó ia cabecera de su hija y su casa, dejándola por consiguiente al cuidado de los otros, vaie decir, de las mujeres, los domésti­ cos, etcétera. ¿Por qué hizo eso? ¿Por egoísmo? En absoluto. Lo hizo, al contra­ rio, porque amaba a su hija. Y la amaba tanto que se sintió trastornado en su afecto por la enfermedad de la muchaclia, de modo que si la dejó al cuidado de los otros fue debido a su inquietud por ella. Epicteto, desde luego, va a criticar esa actitud. ¿Y qué va a esgrimir para criticarla? Pues bien, que el amor a la fami­ lia es un elemento natural -natural en el sentido tanto prescriptivo como des­ criptivo de la palabra-: es natural amar a la familia. Hay que amar a la familia porque uno la ama y está inscripto en la naturaleza que la ame. Com o es natural amarla, es razonable seguir los principios mismos que rigen los lazos entre los in­ dividuos dentro de una familia. Y, dice Epicteto, imagina qué pasaría si todos los que aman efectivamente a tu hija como tú la hubiesen abandonado: pues bien, ahora estaría muerta. No habrían quedado ni su madre ni los domésticos. En síntesis, dice Epicteto, has cometido un error. Has cometido un error consisten­ te en que, en vez de considerar que las relaciones con tu hija estaban inscriptas y prescriptas en la naturaleza -en vez, por consiguiente, de comportarte en fun­ ción de ese imperativo que te habían dictado la naturaleza y tu razón de indivi­ duo natural, de animal racional-, no te ocupaste más que de ella, no pensaste más que en ella y te dejaste conmover por su enfermedad, de manera que ésta te trastornó y, como no podías soportar el espectáculo, te marchaste. Cometiste un error, error que consistía en haberte olvidado de preocuparte por ti mismo y preocuparte en cambio por tu hija. SÍ te hubieras preocupado por ti mismo, si te hubieses tomado en cuenta como individuo racional, si hubieras examinado las representaciones que se te ocurrían a propósito de la enfermedad de tu hija, si hubieses escrutado un poco lo que eres, qué es tu hija, la naturaleza y el funda­ mento de los lazos que se establecen entre ella y tú, pues bien, no te habrías de­ jado trastornar por la pasión y la dolencia de la muchacha. No habrías tenido una actitud pasiva frente a esas representaciones. Al contrario, habrías sabido elegir la actitud conveniente. Habrías permanecido frío ante la enfermedad de tu hija, es decir que te habrías quedado para cuidarla. En consecuencia, conclu­ ye Epicteto, es preciso que te conviertas en skholastikos, vale decir, que vengas un poco a la escuela para aprender a hacer un examen sistemático de tus opiniones. No es cosa de una hora o un día, es un trabajo muy largo.*^ Por lo tanto, como

“Adviertes, por tanto, que debes hacerte escolar [skholastikon] y convertirte en ese animal del

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