La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

ven, en lo referido a este asunto, Epicteto muestra que una conducta como la de ese padre de familia, que aparentemente sería del orden del egoísmo, en reali­ dad es, al contrario, un comportamiento cuya razón de ser no era otra que la inquietud en cierto modo irregular, o la preocupación irregular por el otro; que si el padre de familia se ocupa efectivamente de sí m ismo como debería hacer­ lo, sigue el consejo de Epicteto y aprende en ia escuela a ocuparse de sí mismo como corresponde, en primer lugar no se conmoverá por la enfermedad de su hija y, segundo, se quedará para cuidarla. De ese modo vemos, en un ejemplo muy concreto, que sin duda es la inquietud de sí la que, en nosotros m ismos y a título de consecuencia, debe producir, inducir las conductas mediante las cuales podremos preocuparnos efectivamente por los otros. Pero si comenza­ mos por preocuparnos por ellos, todo está perdido. Entonces, me dirán ustedes, hay por lo menos un caso en la sociedad en que la inquietud por los otros debe o debería imponerse a la inquietud de sí, porque hay por lo menos un individuo cuyo ser debe volcarse en su totalidad hacia los otros, y es evidentemente el Príncipe. El Príncipe, el hombre político por excelen­ cia, el único en el campo político del mundo romano, en oposición a lo que pasa­ ba en la ciudad griega, que tiene que ocuparse íntegramente de los otros, [para] éste, ¿la inquietud que siente por sí mismo no debe ser simplemente gobernada, como en el Alcibíades de Platón, por la inquietud que debe tener por los otros? Pues bien, damos aquí con ese personaje, a quien sin duda volveremos a encon­ trar unas cuantas veces en este estudio sobre la inquietud de sí, que es el del Prín­ cipe. Personaje paradójico, personaje que es central en toda una serie de reflexio­ nes, personaje que, fuera de lo común y en ejercicio de un poder sobre los otros que constituye todo su ser, podría tener en principio consigo mismo y con los de­ más un tipo de relación muy distinta de la de cualquier otro. Tendremos oportu­ nidad, sin duda, de volver a ver algunos de esos textos, ya sean los de Séneca en De cUmentia o, sobre todo, los discursos de Dión de Prusa sobre la monarquía.*^ Pero querría detenerme en los textos de Marco Aurelio, en la medida en que te­ nemos en ellos -en concreto, en el caso de alguien que era efectivamente el Prín­ c ipe- la manera misma como concebía la relación entre “ocuparse de los otros” , que codo el mundo ríe, si quieres, no obstante, emprender el examen de tU5 propias opiniones. Y no es cosa de una hora o un día, también tú te das claramente cuenta de ello” (ibíd., 11, 39- 40 , p. 49). En realidad, Foucault no volverá a tocar este aspecto. Una cantidad de carpetas encontradas junto con los manuscritos indican, sin embargo, hasta qué punco había trabajado la articula­ ción de la inquietud de sí y la inquietud por ios otros en el marco de una política general del Príncipe. Se encuentran huellas de esas reflexiones en Le Souci de soi, ob. cit., pp. 109-110.

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