La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)
cosa está, justamente, en que los lazos no se rompieron bruscamente como si les hubieran asestado un cuchillazo. En primer lugar, si quieren, tomemos las cosas más cerca de las fuentes. El corte no se produjo así. No se produjo el día que Descartes postuló la regla de la evidencia o descubrió el co^to, etcétera. Ya hacía mucho tiempo que se había iniciado el trabajo para desconectar el principio de un acceso a la verdad plan teado en los términos del mero sujeto cognoscente y, por otro lado, la necesi dad espiritual de un trabajo del sujeto sobre sí m ismo, para transformarse y es perar de la verdad su iluminación y su transfiguración. Hacía mucho tiempo que había empezado a plantearse la disociación y se había colocado cierta cuña entre estos dos elementos. Y la cuña, por supuesto, hay que buscarla... ¿por el lado de la ciencia? En absoluto. Hay que buscarla por el lado de la teología. La teología (esa teología que, justamente, puede fundarse en Aristóteles -confer lo que les decía hace un ra to - y que, con Santo Tomás, la escolástica, etcétera, va a ocupar el lugar que todos conocemos en la reflexión occidental), al darse como reflexión formal que, a partir del cristianismo, desde luego, funda una fe que tiene en sí misma una vocación universal, fundaba al m ismo tiempo el princi pio de un sujeto cognoscente en general, sujeto cognoscente que encontraba en Dios, a la vez, su modelo, su punto de cumpHmiento absoluto, su más alto grado de perfección y simultáneamente su Creador y, por consiguiente, su mo delo. La correspondencia entre un Dios que lo conoce todo y sujetos suscepti bles de conocer, por supuesto con la reserva de la fe, es sin duda uno de los ele mentos principales que hicieron que el pensamiento occidental - o sus formas de reflexión fundamentales-, y en particular el pensamiento filosófico, se deshi ciera, liberara, separara de las cond iciones de esp iritua lidad que lo habían acompañado hasta entonces, y cuya formulación más general era el principio de la epimeleia heautou. Creo que hay que comprender con claridad el gran conflicto que atravesó el cristianismo, desde fines del siglo V (San Agustín, sin duda) hasta el siglo XVIL Durante esos doce siglos, el conflicto no se dio entre la espiritualidad y la ciencia, sino entre la espiritualidad y la teología. Y la me jor prueba de que no era entre la espiritualidad y la ciencia es el florecimiento de todas esas prácticas del conocimiento espiritual, todo ese desarrollo de los saberes esotéricos, toda esa idea -p iensen entonces en el tema de Fausto, que sería muy interesante interpretar de esta m anera- ’ de que no puede haber saber sin una modificación profunda del ser del sujeto. El hecho de que en esa época
’ Foucauk examinará con más detenimiento el mito de Fausto en la clase del 24 de febrero, se gunda hora.
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