La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)
ese elemento que asegura el pensamiento y el saber, el alma podrá verse. Ahora bien, ¿qué es ese elemento? Pues bien, es el elemento divino. En consecuencia, el alma va a poder captarse a sí m isma al volverse hacia lo divino. Aqu í se plantea, entonces, un problema, un problema técnico que, por supuesto, soy incapaz de resolver, pero que es interesante, como verán, por los ecos que pue de tener en la historia del pensamiento: el problema de un pasaje cuya auten ticidad se pone en tela de juicio. La cosa comienza con una réplica de Sócra tes: “A sí com o los verdadero s e sp e jo s son m ás c la ro s , más pu ro s y más luminosos que el espejo del o jo , así el dios [ho theos] es más puro y más lumi noso que la mejor parte de nuestra alma” . Alcibíades responde: “ Bien parece ser así, Sócrates” . Y en ese momento éste, a su vez, prosigue: “A sí pues, hay que mirar al dios: él es el mejor espejo de las cosas humanas para quien quiera juzgar la calidad del alma, y en nadie mejor que en él podemos vernos y cono cernos” . “ S í” , dice Alcibíades.^ Com o ven, en ese pasaje se dice que los m e jo res espejos son los más puros y lum inoso s que el o jo m ismo . Del m ism o modo, como se ve mejor cuando el espejo es más luminoso que nuestros ojos, veremos mejor nuestra alma si la miramos no en un alma semejante a la nuestra, de la misma luminosidad que ella, sino en un elemento más puro y luminoso, a saber. Dios. En realidad, este pasaje sólo se cita en un texto de Eusebio de Cesa rea {Préparation é v a n g é l i q u é ) y a causa de ello se sospecha que fue introdu cido, sea por una tradición neoplatónica, sea por una tradición cristiana, sea, por último, por una tradición platónico cristiana. En todo caso, al margen de que ese texto sea efectivamente de Platón o haya sido agregado a posteriori y de manera tardía, no deja de ser cierto -aunque constituya una especie de ex- tralimitación límite, con respecto a lo que se considera como la filosofía del propio Platón—que el movimiento general del texto, independientemente de ese pasaje, y aun cuando se lo abstraiga, me parece perfectamente claro. Y hace sin duda del conocimiento de lo divino la condición del autoconocimiento. Suprimamos ese pasaje, dejemos el resto del diálogo de cuya autenticidad esta mos más o menos seguros, y tendremos el principio de que, para ocuparse de sí, hay que conocerse; para conocerse, hay que mirarse en un elemento que sea igual a uno mismo; hay que mirar en ese elemento lo que es el principio mis mo del saber y el conocimiento; y ese principio m ismo del saber y el conoci miento es el elemento divino. Es preciso, por lo tanto, mirarse en el elemento
^ Ibíd., p. 110. Eusebio de Cesarea, L a Préparation évangélique, libro XI, capítulo 27 . traducción de G . Favre- lle, París, Éd. du Cerf. 1982. pp. 178-191.
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