La hermenéutica del sujeto curso en el Collège de France (1981-1982)

preguntas un poco redundantes, todo esto indica a la vez un paisaje sociopolíti- co que era el de los diálogos socráticos, y un método que era el de esos diálogos aporéticos que no culminaban. Ahora bien, por otro lado se encuentran en el diálogo, justamente, una cantidad de elementos que parecen sugerir una data- ción mucho más tardía, elementos externos que soy incapaz de juzgar; los tomo directamente del artículo de Raymond Weil. Por ejemplo, la alusión que se ha­ ce, en un momento dado, a la riqueza de Lacedemonia, de Esparta, como sa­ ben, cuando Sócrates dice a Alcibíades: pero sabes que vas a tener que vértelas con un temible adversario, puesto que los lacedemonios son, con todo, más ri­ cos que tú. Al parecer, una referencia semejante a la riqueza de Esparta, mayor que la de Atenas, sólo tiene sentido después de la guerra del Peloponeso y de un desarrollo económico de aquella ciudad que no era, por cierto, contemporá­ neo de los primeros diálogos platónicos. Segundo elemento, también un poco externo, por así decirlo: el interés por Persia. La referencia a Persia aparece en Platón, pero tardíamente. No hay otro testimonio en los diálogos precoces. Pe­ ro lo que me interesa en cuanto al problema de la datación es, sobre todo, la consideración interna del diálogo. Por un lado, el hecho de que comience deci­ didamente con el estilo de los diálogos socráticos: preguntas sobre lo que es go­ bernar, sobre la justicia y, luego, la felicidad en la ciudad. Y todos estos diálo­ gos, com o ustedes saben, terminan en general con un cuestionam iento sin salida o, en todo caso, sin respuesta positiva. Ahora bien, aquí, tras esc prolon­ gado atascamiento, podrán ver que se precipita bruscamente una concepción del autoconocimiento, del autoconocimiento como reconocimiento de lo divi­ no. Todo este análisis, que va a fundar la dikaiosyne con una especie de eviden­ cia sin problemas, no corresponde en general al estilo de los diálogos precoces. Hay además varios otros elementos. La teoría de las cuatro virtudes que, como saben, se atribuye a los persas: es la teoría de las cuatro virtudes en el platonismo constituido. La metáfora del espejo, del alma que va a mirarse en el espejo de lo divino: igualmente, platonismo tardío. La idea del alma como agente o, mejor dicho, como sujeto de la khresis, mucho más que como sustancia prisionera del cuerpo, etcétera, es un elemento que vamos a reencontrar en Aristóteles y que parece indicar una inflexión del platonismo bastante sorprendente si datara de los primeros momentos. En síntesis, estamos ante un texto que es cronológica­ mente extraño y que, en cierto modo, parece atravesar toda la obra de Platón: las referencias y el estilo de juventud están muy presentes, innegables; y además, por otra parte, también es muy notoria la presencia de temas y formas del plato­ nismo constituido. Creo que la hipótesis de una serie de personas -m e parece que es la que propone Weil con ciertas precauciones- sería tal vez la de una es­

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