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“A medida que el debate sobre el patrimonio cultural se agu diza en los

medios masivos y en la escena política, encontramos más difícil definir

posiciones bien fundamentadas en los modos habituales de

conceptualizarlo y estudiarlo (…) Nuestras nociones ordinarias sirven

poco para intervenir en los conflictos presentes entre grupos con

intereses antagónicos (…) Repensar el patrimonio exige deshacer la red

de conceptos en que se halla envuelto” (p.16).

Etimológicamente y en su concepción patriarcal (hegemónica), el concepto de

patrimonio hace referencia a la herencia del padre. En estricto rigor se define

como: “el legado del padre que recibimos en herencia y que nosotros

transmitimos a la vez en aras de la continuidad del linaje” (Prats, 2004, p.7), o

como portar la herencia del padre, las cenizas o huesos del padre que se pueden

llevar consigo en las peregrinaciones, por lo que también, se podría traducir como

el tratar patrimonialmente hasta el propio cuerpo del padre (Prats, 2004).

La etimología del concepto patrimonio comparte la misma raíz que el de

patriarcado, gobierno o autoridad de los patriarcas, mientras que matrimonio es

algo totalmente distinto que, hasta hace poco tiempo, implicaba formar parte del

patrimonio de otra persona y de aquellas propiedades privadas que se transmitían

entre hombres (Jiménez-Esquinas, 2014). Advirtiéndose que el patrimonio es un

concepto que arrastra consigo, en su intrínseca naturaleza disonante, un conflicto,

ya que se considera que, “el patrimonio refuerza las instancias de poder que lo

crean y potencialmente deshereda y no incluye a todo el mundo” (Sánchez

Carretero & Jiménez-Esquinas, 2016, p.193).

En tal sentido, en el presente caso etnográfico, podríamos preguntarnos si al

hablar de la casa de Jorge Teillier en Lautaro y de la poesía ¿a qué sector de la

población estamos representado? ¿qué pasa con aquellas personas que no leen

poesía o a Jorge Teillier (o no tienen tiempo ni acceso a la lectura)?

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