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laboral y que el simbolismo es pura filosofía, que no es ciencia, que nadie más

que Clifford Geertz lo entiende o que es pura literatura y “ chamullo ”

antropológico, siendo una de las corrientes teóricas de las que más malas

referencias he tenido que escuchar y que más he visto atacada desde la ciencia y

el racionalismo.

Sin embargo, a mí siempre me pareció fascinante el hecho de poder escudriñar

en el encantamiento del mundo y la vida cotidiana por medio de la interpretación

de aquella palabra que expresa el sentido de las cosas y de la experiencia vital,

para mí, hablar de simbolismo no fue nunca una locura epistemológica, ni

relativismo exacerbado, ni mitos, ni cuentos de magia y mana.

Desde mi formación en antropología, para mí el simbolismo es tan real como la

razón pura y la razón pura es tan simbólica de occidente… y aunque si bien,

siempre me han llamado más la atención los temas de antropología económica y

política, de pronto me encontré en medio del campo aplicado de lo simbólico y

patrimonial.

En este punto me hace sentido la referencia de Ll. Prats (2004), quien, en relación

a la antropología, su papel social y el patrimonio, dice que el aporte del

antropólogo se encuentra, “(…) precisamente en su aproximación cualitativa , en

su capacidad para hacer una etnografía densa y para develar la lógica que

subyace a los comportamientos sociales. Ahí se encuentra la eficacia de la

antropología y sobre esta clase de eficacia hay que saber convencer” (Prats,

2004: 96).

Por lo que, siguiendo con Ll. Prats (2004), es interesante también tener en

consideración que los bienes patrimoniales son representaciones simbólicas de la

identidad de un grupo social que, para ser declarados como tales, forman parte

de un proceso llamado patrimonialización, de construcción e invención social.

De manera que, en contraposición de esas conversas de pasillo en la universidad,

expongo la reflexión de que la identidad y las representaciones simbólicas del

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