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alcanzó los 1.193.875.829 litros (SAG, 2019). En el año 2017, las exportaciones de vinos y mostos
superaron los 967 millones de litros, por un valor sobre los USD 2.067 millones (ODEPA, 2020).
Actualmente, Chile es el cuarto exportador mundial de vinos, siendo superado sólo por países europeos
como Francia, España e Italia.
El cultivo de la vid ( Vitis vinifera L.) es afectado por prolongadas sequías en las zonas de mayor superficie
nacional, lo cual reduce significativamente el potencial productivo de las viñas (Chaves y Oliveira, 2004;
De la Hera et al ., 2007; Chaves et al . , 2009; Bavestrello et al ., 2012; Melendres et al ., 2017). Esta pérdida
de productividad, se debe a la menor capacidad de fotosíntesis ( A N ) que manifiestan las plantas al
experimentar el estrés hídrico (Chaves, 1991; Ort, 2001; Flexas et al ., 2004). La menor tasa de fotosíntesis
neta ( A N ) es un resultado inevitable del cierre estomático que se produce como una estrategia fisiológica
primaria para reducir la pérdida de agua en la planta (Lawlor, 2002; Cifre et al ., 2005). Cuando el estrés es
moderado, la relación entre A N y la conductancia estomática (una medida indirecta del cierre estomático,
g s ) aumenta, indicando que la asimilación neta de CO 2 por unidad de agua transpirada mejora (Flexas et
al ., 2002, Flexas et al ., 2004; McAdam y Brodribb, 2014; Tomás et al ., 2014; Wang et al ., 2014; Xu et al .,
2014; Li et al ., 2015). Pese a lo anterior, la disminución de g s provoca una disminución en la
concentración de CO 2 en la cavidad subestomática ( C i ), y con ello, sustrato para la fotosíntesis lo que se
conoce como limitación estomática (Flexas et al ., 2002).
Considerando las proyecciones del cambio climático global se estima que la falta de agua para riego será
creciente (IPCC, 2014) lo cual impactará negativamente la producción vitícola nacional. Si bien es difícil
proyectar como los viticultores enfrentarán la escasez de agua proyectada, existen prácticas culturales
(riego deficitario controlado, riego presurizado, manejos específicos de la canopia, entre otras) y
biotecnológicas (variedades y portainjertos tolerantes al déficit hídrico), que pueden ayudar a enfrentar la
crisis potencial (Boyer, 1996; Chaves et al., 2002; Cifre et al ., 2005; Passioura, 2007). Dentro de las
herramientas biotecnológicas menos conocidas está el uso de microorganismos promotores de crecimiento
(OPC), los cuales pueden ser inoculados a semillas, follaje, raíces y suelo (Lopes et al ., 2021). Para el
último caso, se ha demostrado que los microbios no patogénicos asociados a las raíces pueden contribuir
positivamente a la promoción del crecimiento y a la mejora del estado sanitario de las plantas (Berg, 2009;
Abhilash et al ., 2016). Se han descrito mecanismos directos e indirectos mediante los cuales los OPC
inoculados al suelo, pueden ejercer su efecto positivo. Brevemente, i) los mecanismos directos, que son
aquellos que permiten una mejora sustancial de los elementos nutricionales del suelo, favoreciendo la
absorción de los mismos por parte de la planta y, 2) los mecanismos indirectos, los cuales permiten tanto
la modulación de las respuestas fitohormonales (Khan et al ., 2020), como la exudación de compuestos
volátiles, cuyo principal rol es repeler o atraer depredadores de insectos y nematodos que pueden dañar las
raíces de las plantas (Maffei, 2010).
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