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Para estos casos los restos arqueológicos se deben analizar de acuerdo a una serie de
indicadores que nos ayudarán a discernir acerca de qué medidas parecen ser más viables para
cumplir tanto con los objetivos arqueológicos (documentación, rescate y conservación), y la
reevaluación de medidas en el espacio intervenido para su nuevo propósito.
De acuerdo a Ligorred (2013) en estos casos, los restos arqueológicos se deben analizar
con indicadores como: “1) Singularidad, 2) Monumentalidad, 3) Legibilidad y capaci dad
discursiva, 4) Valor histórico, 5) Valor simbólico, 6) Capacidad de musealización, 7) Impacto
ambiental” (Nicolau en Ligorred, 2013), agregando “8) Vulnerabilidad e 9) Impacto social”. Bajo
estos criterios el autor dice que “la activación de lo que val e la pena conservar es una pieza
fundamental de la gestión del patrimonio arqueológico en áreas urbanas, ya que la conservación
sin uso es insostenible a largo plazo (Ligorred, 2013, p. 78).
Para incorporar el Patrimonio Arqueológico como un recurso cultural activo y reconocerlo
como elemento cultural parte de los paisajes de los territorios, se debe introducir en las distintas
esferas que pudiera alcanzar mediante un adecuado manejo del bien patrimonial, apreciando y
resaltando los valores que este contuviera como, por ejemplo, valor científico, valor artístico, valor
histórico, valor como recurso turístico, valores culturales, valores identitarios, etc. Sin que se
pierda el sentido original de aquellos elementos culturales, y la sociedad “pueda interactuar y
aprender de la historia antigua de su propia cultura ancestral o de la del “otro” y formarse como
individuos de una comunidad dinámica, que al valorar el patrimonio se valora a sí misma”
(Ligorred, 2013, p. 73).
Desde la Arqueología, la concepción del Patrimonio Arqueológico en riesgo ha conducido
al desarrollo de propuestas como las planteadas por Querol (2020) con la Arqueología Preventiva
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