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Además, ayuda a conservar y gestionar un determinado bien o grupo de bienes de modo que se

protejan los valores de ese patrimonio (UNESCO, UICN et al., 2014).

Querol (2010), establece que las cuatro acciones para realizar la gestión del patrimonio

arqueológico se resumen en: primero conocer, sobre lo que se va a gestiona; segundo, planificar,

es decir, definir acciones concretas para llevar a cabo la gestión; tercero, controlar o monitorear si

las acciones son efectivas; y cuarto, difundir comunicar y hacer partícipe a la sociedad (Pinassi,

2014).

Además, el autor agrega que estas acciones pueden realizarse en forma de proceso o de

manera aislada, dependiendo de la actividad, manifestación u objeto patrimonial que se quiera

poner en valor (Pinassi, 2014, p. 146).

De acuerdo con Criado-Boado y Barreiro, la cadena de valor del patrimonio, sigue una

secuencia de fases valorativas que constituyen parte del proceso de reconocimiento y socialización

de los bienes patrimoniales: “act os de identificación, documentación, significación, valoración,

difusión, circulación y recepción” (2013). Estableciendo que:

las buenas prácticas en investigación y gestión del patrimonio cultural deben incluir todas

esas dimensiones, haciéndolo, además de forma:

● sistemática: sin saltarse pasos, pues a menudo la manipulación de los bienes patrimoniales

deriva precisamente de esto, es decir, del hecho de no tener en cuenta determinados valores

asociados a esos bienes;

● completa: integrando las distintas dimensiones de la práctica científica, desde la generación

de conocimiento hasta su aplicación y transmisión;

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