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● reflexiva: incorporando criterios de autoevaluación;

● transdisciplinar: en tanto el propio proceso de valorización del patrimonio es susceptible

de convertirse en objeto de estudio para disciplinas no específicamente patrimoniales,

como la sociología, la economía, las ciencias de la información y de la educación, entre

otras;

● participativa: abriendo el proceso e integrando la valoración no experta (Criado-Boado &

Barreiro, 2013).

Otra consideración a tener en cuenta es que, “si bien el patrimonio sirve para unificar una

nación, las desigualdades en su formación y apropiación exigen estudiarlo también como espacio

de lucha material y simbólic a” (García Canclini, 1999, p. 18). En contextos de conflictos sociales,

la valoración y apropiación del patrimonio arqueológico, pueden formar parte de la reivindicación

y lucha cultural de los pueblos, donde puede ser útil como herramienta y evidencia, por lo que

según Criado Boado y Barreiro, la “conservación del patrimonio arqueológico en contextos

conflictivos … suele contravenirse con nuevos usos urbanos o intereses económicos, incluso

contraponerse con la opinión de gran parte de la comunidad” (2013). Lo que convierte al

patrimonio en un espacio constante de lucha y resignificación, por lo que los autores consideran

que debiera “ser un discurso creado de forma participativa y no el resultado de una relación de

dominio” y “ser un medio para la transform ación social, siendo su aprecio un beneficio más de

dicha transformación” (2013).

Como la mayoría del Patrimonio Arqueológico permanece “oculto” bajo la tierra, su

gestión debe estar basada en la planificación y en la prevención, de ahí que se haya desarrollado

la denominada “Arqueología Preventiva”.

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